Por: María Paula Campos Solís
Las categorías de personas
En una sociedad donde se desprecia la incertidumbre y se busca regular todo, la presencia de etiquetas es necesaria. Desde que empezamos a desarrollarnos se nos comienza a clasificar según el sexo biológico, clase social, color de piel y las capacidades físicas y/o cognoscitivas, entre muchas otras.
Sería fantástico si todas estas clasificaciones fueran tan solo grupos de personas con algún interés o característica común sin necesidad de tener que alzar la voz por sí mismas, sin necesidad de defender sus derechos, puesto que ya los tendrían garantizados. No obstante, a las etiquetas se les han añadido una listas de prejuicios, se han impuesto roles y subcategorizaciones: subyugan a quienes logran categorizar como inferiores (como en el caso del género femenino) y favorecen a quienes ostentan privilegios, los cuales son, en muchas ocasiones, innatos (desde una perspectiva cultural).
Entonces, subsisten las preguntas: ¿Merezco que se me trate de forma despectiva o condescendiente por culpa de algo que no elegí “ser”? ¿Puedo y quiero cambiar lo que me dicen que “soy”, o solo quiero cambiar la manera en la que la sociedad me ve?
Muchas veces no nos cuestionamos hasta qué punto las diferencias entre un grupo y otro se justifican de una manera lógica y dejamos que lo que nos han dicho toda la vida nos limite en muchos aspectos. De esta manera, las etiquetas pueden pasar de ser una forma de identificarse a ser una carga.
Pero, debido a que las preguntas formuladas anteriormente contienen muchas respuestas completas y complejas que varían según la clasificación a tratar, es conveniente que nos enfoquemos, al menos en esta ocasión, en el género.
Cómo ser un hombre y una mujer “de verdad”
Durante años se ha vinculado el sexo y el género desde el nacimiento: cuando nace una persona con pene lo identificamos como “niño”, cuando nace con vagina como “niña”, y si es intersexual se le hace una reasignación de sexo para que encaje en uno de los dos géneros reconocidos por la sociedad.
Dicho de otra forma, se pretende que el sexo sea la etiqueta y el género los términos y condiciones que obligatoriamente tiene que seguir la persona que tuvo la dicha o la desgracia de desarrollar determinados genitales. Muchos tradicionalistas opinan que esto es lo natural (término que resulta muy impreciso) o que así es como siempre se han hecho las cosas y no es necesario que cambien.
Esta clase de creencias no toman en cuenta que la no separación entre el concepto del género y el sexo ha constituido un fundamento para la represión, puesto que a las mujeres que no cumplen con características comúnmente femeninas y a los hombres que no son típicamente masculinos se les ridiculiza por ello. Inclusive, muchas veces se les llega agredir psicológica y físicamente solo por no ser como se espera que sean.
Para muchas personas, alguien que no actúa según lo que está culturalmente tipificado según su sexo no es una mujer o un hombre “de verdad”.
Pero, ¿es cierto que existen los hombres y las mujeres “de verdad”? Si hiciéramos una lista de todo lo que se considera femenino y masculino, ¿realmente podría alguien encajar perfectamente? E incluso, si quisiéramos seguir dicha lista, ¿qué tan seguros estamos de que nuestra pretensión de encajar en estos géneros nos está limitando nuestra libertad de actuar y expresarnos libremente?
Es injusto obligar a todo el mundo a conformarse con estas ideas.
Hoy en día vemos cómo existen personas que se sienten sumamente incómodas por la manera en la que fueron socializadas; personas que se niegan a clasificarse como hombres o mujeres, que redefinen la masculinidad y la feminidad, e incluso personas que cambian su sexo para que estén conformes al género auto percibido.
¿Por qué atenerse a algo que alguien más eligió para mí?
Quien quiera hacerlo está en su derecho, pero también debe entender que hay otras personas que no piensan igual y merecen que se les trate con respeto.
María Paula Campos, estudiante de derecho en la UCR y enseñanza del inglés en la UNED.
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