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Traviesa e incómoda

Una literatura necesaria


Por: Angélica Castro Camacho

Fotografías por: Angélica Castro Camacho y Anel Kenjekeeva




A Carlos Rubio Torres se le recuerda por su sonrisa enorme que, de oreja a oreja, le enchina los ojos y le sonroja las mejillas. Su cara de niño eterno se pone seria para hablar de cuentos, autores y para responder preguntas. Sin embargo, su risa vuelve con más fuerza cuando reitera que la literatura infantil debe ser irreverente e incluso perversa.


Su oficina en la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica está tan llena de cosas, principalmente libros, como uno esperaría. Destaca una hermosa edición ilustrada de cuentos de Edgar Allan Poe y una foto con su mamá, Vera Torres Chavarría, quien lo introdujo en la literatura.


Cuando era un niño, su madre trabajaba en la misma Facultad. Eso le permitió conocer a grandes personajes de la historia nacional como Emma Gamboa, Francisco Amighetti e Isaac Felipe Azofeifa, por ejemplo.


Pocos años después, decidió que quería ser poeta. Y no uno cualquiera: soñaba con ser un poeta maldito. A pesar de ganar el premio Joven Revelación, escribir en verso no le duró mucho. Fue en la prosa en la que encontró su lugar y, en la literatura para niñas y niños, los temas que le permiten desafiar y desafiarse.


Literatura es cuando nos abre preguntas, nos causa inquietudes, que no nos resuelve las cosas.

¿Qué es la literatura infantil?

La literatura infantil nace como una necesidad del niño de jugar, de enseñar, de crear la magia en un mundo que se acercaba a grandes luchas sociales, como eran la Revolución Francesa, la Revolución Industrial. De alguna manera, eran épocas en las que ya existía una visión adultocentrista y se pensaba que el niño, desde pequeño, también estaba destinado a una función que era la del trabajo. Entonces, la literatura infantil es un escape que tiene el ser humano para expresar sus emociones, sus sentimientos, sus rabias ante aquello que provoca molestia. No es de ninguna forma un espacio confortable como mucha gente se imagina, un mundo de arcoíris, de flores, de colores y aspectos que muchas veces rozan la cursilería, sino un mundo en el que niñez y adultez se encuentran para dialogar en un espacio horizontal donde todos pueden jugar. Ese es su gran valor.


Está librada completamente de la condición didáctica. Eso es muy importante subrayarlo, porque muchas veces se piensa que el libro para niños es una herramienta más para el aprendizaje, debido a una creencia de que el niño siempre está aprendiendo y no es así. En ese espacio, que yo concibo como un parque de juegos que algún adulto diseña para que el niño llegue, ambos, niños y adultos, tienen la capacidad de recrearse y de inventar cosas nuevas. Para que un buen libro para niños funcione, tiene que captar la atención de los adultos también.


Los clásicos de la literatura infantil son libros políticamente incorrectos, porque, la literatura para niños como expresión humana, nunca puede estar acorde con las necesidades curriculares y las necesidades políticas de un país, de un conjunto de países, de una región ni mucho menos. Son libros que nacen de la necesidad de creación de una persona y son incorrectos. No tendríamos Alicia en el país de las maravillas, y esto puede molestar mucho a personas estudiosas del género, si un Lewis Carroll no hubiera sentido una pasión inmensa por las niñas, cosa que hoy, por supuesto, nos choca y casi que es un tabú mencionarlo. Hace 150 años no. Lewis Carroll le hace ese libro a una niña por la cual él sentía un amor extraordinario y que hoy podríamos considerar, si bien no tildar, absolutamente criminal; no podemos, de ninguna manera, afirmar con los documentos que existen que Lewis Carroll abusó de Alice Lidell, la niña a la que le dedicó ese libro. Sin embargo, definitivamente era una relación de amor entre un adulto y una niña. Eso hoy en día es imposible de pensar.


La literatura infantil nace de esa necesidad que tiene el ser humano de transgredir, de cometer la travesura y de gozar de esa magia. Cuando nos encasillan, diciendo que tenemos que ser políticamente correctos, es cuando empiezan a surgir los malos textos, que generalmente adoran las personas adultas, políticamente correctas, y detestan los niños.


Rubio atesora una foto con su mamá Vera Torres en una publicación de su obra “El libro de la Navidad”. [Angélica Castro Camacho]

¿Cómo se puede trascender lo cliché?

Trascender lo kitsch, o lo cursi, lo puede conseguir un artista gracias al ejercicio constante de la lectura. Eso es fundamental. Además, debe saber ubicar claramente cuándo elabora un texto didáctico o uno literario. Podemos diferenciar cuando estamos reiterando, cuando estamos en lo trillado, solo cuando hemos leído. Hay personas que quieren escribir para niños que leen poco y escriben mucho, y eso es como una epidemia que existe no solo en Costa Rica, sino que está en muchísimos países más del orbe. Incluso muchos libros que se publican reproducen estereotipos, reproducen expresiones ya dichas.


¿Cuál ha sido o es el papel social de la literatura infantil?

El papel social que tiene es el de crear conciencia en la niñez. Hay que ver que la literatura para niños es, si se quiere, la expresión discursiva que de alguna manera a veces se divulga con mayor facilidad y se vende con mayor facilidad porque la gente la ama. [...] Pero esta se encuentra con una dificultad: cuando se instaura un estado de represión contra el arte, generalmente el primer discurso que se corta o el primero que se empieza a delimitar es el de la literatura para niños. ¿Por qué? Porque se piensa que es una literatura que está formando a la persona menor y que puede tener cierta influencia en ella. Durante la dictadura de Videla (Argentina, 1976-1983) se censuraron libros para niños que son verdaderas joyas.


En Costa Rica, para no ir muy lejos, está pasando con Cocorí. Si este fuera un libro instaurado únicamente para personas adultas, tenga la seguridad de que nadie se hubiera ocupado de crear un discurso político al respecto, de que no se hubieran llenado tantas páginas de periódico, de que no se hubieran hecho tantos reportajes en televisión ni mucho menos. Los autores para niños tenemos de alguna manera el beneficio de comunicarnos de una forma diáfana con el público, pero también la sociedad nos exige que seamos políticamente correctos y no podemos serlo.


Carlos espera algún día escribir su propia versión de Cenicienta. [Angélica Castro Camacho]

¿Cuáles patrones positivos o negativos han creado la literatura infantil en Costa Rica?

Es que, si hablamos de patrones positivos o negativos, estaríamos de alguna manera reproduciendo la idea de que la literatura tiene que educar y no necesariamente sucede eso. La literatura denuncia, recrea, hace magia, causa ensoñación y siempre, como lo dice el cuento de Hans Christian Andersen, el rey va a aparecer desnudo en alguna parte, no hay otra. Lo políticamente incorrecto, en cualquier texto literario, sea para niños o no, siempre va a aparecer porque, al fin y al cabo, el discurso literario es humano. Y somos bastante políticamente incorrectos, por más que nos esforcemos en no serlo. [...] Por más que uno escriba un discurso políticamente correcto, aceptado por todos [...], si se lee dentro de 20 o 30 años, ahí va a aparecer el Rey desnudo.


Usted dijo que la literatura no es parte del proceso de aprendizaje, pero algún papel cumple.

Cumple un papel de elaboración de la psique de la persona. Un cuento bien contado, un cuento bien leído en la niñez va a impactar y va a humanizar a esa persona por el resto de su vida. El solo hecho de que un niño se sienta atraído por la lectura representa un cambio, porque entonces ese niño, durante su adolescencia y vida adulta, va a tener mayor posibilidad de acercarse a la sociedad, a la creatividad, a expresarse y no va a ser tan fácilmente manipulable como una persona que no lee y que puede aceptar el discurso de cualquier otro que quiera influenciarlo para obtener algún beneficio. Tampoco va a seguir reproduciendo todas las formas de discurso mass media que existen. Como dijo un escritor español “–la literatura infantil es como un guante de seis dedos o como uno de cuatro dedos: si a usted le causa incomodidad, es porque está ejerciendo su función-”.


Otra cosa importante: mucha gente cree que los textos para niños tratan las temáticas que se congracian con todo el mundo y que son apolíticas. No, para nada. Un libro para niños nunca puede ser apolítico. Un libro para niños puede tratar los mismos temas que trata un libro para adultos. Por ejemplo, el que un ser humano trate de avasallar a otro ser humano está presente desde la época de terror con Caperucita. El encuentro de una niña con el lobo en un bosque solitario y que este tenga una intención extraña que todavía no sabemos descifrar cuál es.


¿La literatura infantil facilita acercarse a cosas que son perversas?

Por supuesto. Imagínese usted que en la versión de Perrault, Caperucita se desnuda para meterse en la cama con la abuelita. Todavía nos preguntamos por qué, ya que supuestamente esa abuelita, que al fin y al cabo es el lobo travestido, nunca le pide a la niña que haga eso. ¿Para qué lo hace? Por eso es que Rodríguez Almodóvar señala que Caperucita roja es el más enigmático de los cuentos.


Leyéndoles a mis sobrinos, me encontré con un cuento de poca naturaleza oral y un vocabulario muy complicado para su edad. ¿Hay que pensar en la edad de los niños y niñas?

Hay un asunto interesante: cuando usted escribe literatura para personas adultas, usted no necesariamente se detiene en las calidades del lector, simplemente lo escribe y ya. Y si el lector tiene un léxico rico, abundante, pues en buena hora porque puede extenderse más y darle mayor belleza y mayor vuelo al texto. En el caso de la literatura para niños es parte del reto, esto es lo difícil. Porque, primero, uno no tiene que orientarse a escribir pensando en edades del lector ya que eso lo limita. Es decir “bueno, en este momento voy a escribir para niños de 2 años” entonces yo sé que los textos tienen que ser breves, concisos y que tienen que limitarse al contexto más cercano que tenga el niño. La importancia del final feliz, por cajonero y lugar común que nos parezca, se encuentra en que un niño menor de 5 o 6 años va a experimentar todo un desencanto si no tiene todo lo que se llama el “final de moral reparadora”, en el que triunfa la justicia. Pero es que en ese momento de la vida nos lo merecemos, tenemos derecho a eso. Si nos desencantamos en ese momento, vamos a ser seres desencantados el resto de la vida.


Además es importante empezar a introducirlos a ese tipo de lenguaje.

Claro, poco a poco. Hay una cosa importante que uno ha entendido al empezar a leer a Gabriela Mistral, por ejemplo. Cuando la sonoridad de la palabra causa ensoñación y la trama atrapa, que para mí eso es muy importante cuando escribo prosa, entonces usted por intuición comprende qué es lo que quiere decir una palabra y, sino, pues el chiquillo tan simple como que busca en su celular la palabra, porque ya ni siquiera tiene que levantarse a buscar un diccionario.


Es una cosa importante empezar a vislumbrar cómo es el lector del siglo XXI, el lector niño, que es muy diferente. Ya vamos a encontrar que en este momento muchos niños tienen más información sobre ciertos temas que algunos adultos. Porque la tienen a la distancia de su celular. Y si han aprendido a utilizar estos recursos de buena forma, no con material que los desfigure, no con material que los entorpezca más, el niño empieza a encontrar cantidades de información. Y para esos lectores está escribiendo uno.


Escribir para niños significa una conciliación entre lo que yo quiero decir como artista, que es muy importante, y cuáles son las características de la persona que me va a leer.
En Joaquín Gutierrez y en Cocorí se encuentran unas de las más grandes influencias de su vida. [Angélica Castro Camacho]

¿Qué tipo de literatura leyó usted cuando estaba pequeño?

Cuentos de hadas por sobre todo. Lo que luego conocería como cuento de terror de los hermanos Grimm, los cuentos de la tradición oral. Y esos son lo que han provocado la mayor ensoñación y no son nada ingenuos, más bien recogen todas las áreas luminosas del ser humano como también las más oscuras que podamos imaginar.


¿Cuál es su cuento favorito?

Cenicienta. Aunque las feministas lo odien.


¿Por qué?

Cenicienta recoge la aspiración de todo ser humano: ser feliz. Cenicienta es rebelde, Cenicienta se va al baile aún sin autorización de la madrastra y las hermanastras, Cenicienta trabaja mucho y yo creo que de alguna manera el ser humano que se esfuerza ve los resultados de lo que hace. Y, además, es un cuento ancestral, eso ya lo descubrí de adulto. Es un cuento que no sabemos si surgió en China, en Egipto, en la India. Existe incluso una Cenicienta entre los indígenas norteamericanos.


¿Cuál es el texto más universal en la literatura infantil?

Sigo pensando en los cuentos de Perrault. Estos recogen tradiciones que vienen de la India o de toda Europa. Son ocho cuentos, nada más. Ahí está no solamente Cenicienta, El zapatito de cristal (o La sandalia de cristal, dependiendo la traducción), sino también está El Gato con Botas, está La Bella Durmiente (con todo el horror tremendo de un príncipe que tiene relaciones con la princesa y luego la deja olvidada ahí) y está Pies de asno (con todo el horror también de lo que puede significar el incesto). Entonces creo que son cuentos totalmente universales y es muy corto, no llega ni siquiera a 10 cuentos.


Cuento oral en la inauguración de un Rincón de Cuentos en la escuela de Suretka de Talamanca. [Anel Kenjekeeva]

Usted también hace de cuentacuentos, ¿qué le gusta más: escribir o narrar?

Las dos, las dos. Pero son oficios que, si bien comparten el objetivo de narrar una historia, son absolutamente diferentes. Cuando uno escribe, uno trata de que ese texto se vaya a perpetuar en la memoria, que hayan elementos que le permitan ser leídos hoy y que puedan ser leídos dentro de 100, 200, 300 años o más. También el escritor tiene que recurrir a una serie de recursos para poder situar a los personajes, poder comunicar sentimientos, expresiones y demás. ¿Por qué? Porque el escritor no va a poder estar ahí mientras el lector lo lea, el texto tiene que defenderse solo.


Cuando uno narra un cuento, primero que todo hay que ver que es un trabajo escénico. Yo tengo que olvidarme de mi papel de escritor. Cuando yo escribo, lo hago en la casa, en la intimidad. Cuando soy un artista que está en escena, tengo que cuidar todo, aunque la gente no lo vea: el vestuario, la postura corporal, las manos. Todo, todo está ensayado como si fuera una obra de teatro, pero no es teatro. La voz es de lo que más cuido. Antes de una función de cuentos trabajo muchísimo la voz. Para mí, la voz viene a ser en parte como la buena ortografía de un narrador de cuentos, tiene que estar clara, una buena dicción, una adecuada proyección y todo eso se logra por medio de disciplina.


El narrador de cuentos tiene la posibilidad, digamos la maravilla, de que puede recurrir a lo inmediato, porque su arte nace y muere en el momento. Es un acto casi temerario porque usted va viendo las reacciones de las personas en el espacio. El que cuenta un cuento nunca puede perder el contacto visual.

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