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El absurdo en la literatura

Foto del escritor: Edito EstudiantilEdito Estudiantil

Por: Esteban Mata


Tres físicos nucleares han sido internados en un sanatorio para enfermos mentales: dos de ellos por el delirio de creerse Isaac Newton y Albert Einstein, el tercero por afirmar que recibe a diario visitas del rey Salomón. Mientras se encuentran allí, cada uno asesina a una enfermera distinta. Desde luego un detective es puesto a cargo de la investigación, pero -dado que el diagnóstico de los tres implicados da fe de su demencia- sus pesquisas no dan con la verdadera causa de los crímenes; a saber, que han sido perpetrados para proteger un secreto, el de que ninguno de estos hombres está en realidad loco, pues Einstein y Newton son espías de potencias extranjeras que simulan demencia para obtener acceso a los brillantes y revolucionarios descubrimientos de Möbius, el hombre que finge sostener largas conversaciones con el rey judío para no compartir con el mundo sus averiguaciones por no considerar que nuestra especie esté preparada para dar buen uso a tal conocimiento.


Sin embargo de nada servirán tantas prevenciones, ya que Mathilde von Zhand, respetadísima directora del sanatorio, ha descubierto sus verdaderas identidades y lleva años copiando y estudiando el diario científico de Möbius; obteniendo así la información necesaria para, con la ayuda del rey Salomón, construir un imperio mundial que no tenga rival ni paralelo.


Esta es, a grandes rasgos, la trama de la pieza teatral Los físicos, del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt, uno de los principales exponentes del Teatro del absurdo que tanta influencia tuviera en la literatura del siglo XX.


¿Qué hemos de entender por absurdo?

El del absurdo en la literatura del siglo pasado es un concepto complejo, definido y utilizado de distintas maneras por distintos autores; sin embargo esto no es obstáculo para que podamos establecer algunas tendencias predominantes respecto a su uso y a cómo debemos entenderlo. Además existe consenso al señalar como introductores de la temática del absurdo en la literatura occidental a autores que van desde el romano Tertuliano hasta Kierkegaard y Dostoievski, pasando por Pascal y aun algunos otros.


No obstante será hasta el siglo XX que el absurdo se convierte en una constante inquietud de la comunidad literaria. Entre los aspectos sociales e históricos que dieron lugar a su “descubrimiento” y desarrollo cabe mencionar experiencias tan disímiles como la aparición, durante la primera mitad del XIX, del liberalismo burgués, el desprestigio en que cae la tradición religiosa, el auge de un capitalismo cada vez más reñido con el humanismo renacentista, las voces de crítica y desaliento en el pensamiento de autores como Hegel, Marx, Schopenhauer y Nietzsche y la irresolución de crisis sociales que van desde el desempleo hasta las dos guerras mundiales.


No obstante, a fin de llevar a cabo el rastreo de este concepto, se hace imprescindible apartar la mirada de sus precursores y dirigirla hacia quienes está justificado considerar sus principales formuladores y exponentes.


El absurdo en la obra de Kafka

Un agente de ventas despierta una mañana y se descubre convertido en un monstruoso insecto, pero -en lugar de preguntarse cómo ha podido suceder tan fantástica transformación- su primera y única preocupación es la de perder el tren que ha de llevarlo a su trabajo. A nadie parece sorprender su metamorfosis y a lo largo de las páginas que componen el que es sin duda el relato más célebre de todo el siglo XX, lo que se nos muestra una y otra vez es el proceso de alienación que respecto a su familia y la condición humana en general experimenta el protagonista.


Quizá lo que mejor defina la experiencia de los lectores de Kafka sea el asombro ante la falta de asombro. Sin importar cuán inverosímiles sean las circunstancias a estas sus personajes jamás reaccionan con incertidumbre o incredulidad; aun cuando en ellas sus destinos oscilen entre la excepcionalidad de lo trágico y la habitualidad de lo cotidiano, entre la esperanza seguramente vana y la urgencia de intervenir sobre los hechos del mundo, la búsqueda de la dicha que solo lleva al fracaso, la lógica de nuestro deseo actuando en complicidad con el absurdo de su fallida realización.


El calificativo kafkiano, de uso tan frecuente como impreciso, puede entenderse muy bien recurriendo a una imagen (¿y qué en la obra del escritor checo no es un símbolo o una imagen?) introducida a este fin por otro gran autor obsesionado con el absurdo, pues en palabras de Camus el de Kafka es “un universo inefable en el que el hombre se da el lujo torturante de pescar en una bañera sabiendo que no saldrá de ella”.


Ilustración: Fabián Bolaños.

Camus y su conceptualización del absurdo

Uno de los más constantes problemas enfrentados por la conciencia del absurdo, que es una conciencia secularizada, es el de cómo justificar la acción política e histórica sin recurrir a valores fundamentados en un dudoso marco trascendental. A esto se debe que la obra camusiana, así como anteriormente las de Dostoievski y Kafka, se plante de modo muy radical las consecuencias metafísicas, políticas y morales de un mundo sin Dios.


En sentido estricto, el sentimiento del absurdo en Camus depende de la permanente oposición entre la voluntad humana y los hechos del mundo, que con tanta frecuencia la obstaculizan; dicha circunstancia se resume en lo que denomina la paradoja de la condición humana: deseos ilimitados destinados a una más bien pobre satisfacción, el racional abandono de un dios antojadizo y misterioso pero cuyos valores la razón no alcanza a reemplazar, la urgencia de una mayor vitalidad por parte de seres condenados a extinguirse, etc.


Mucho se ha discutido si dicha paradoja es para Camus producto de la Historia o una irreparable consecuencia de la naturaleza humana. Considerando que a lo largo de su obra el autor de origen argelino explora la doble influencia de lo natural y lo social sobre la vida humana, no es aventurado afirmar que en la experiencia del absurdo intervienen ambos órdenes; ya que las instituciones sociales -que en cierta forma son “ajenas” a nuestra naturaleza porque las determina la Historia- no son menos absurdas que el carácter fallido que acompaña y trasciende a toda actividad humana, con independencia del momento y lugar en que esta se realiza.


Lo absurdo es para Camus ante todo un sentimiento en cuya aparición intervienen sobre todo los dos factores anteriores: nuestra naturaleza esencial y la influencia de lo sociohistórico (por este motivo Camus rechazaba las interpretaciones historicistas de El estado de sitio o La Peste como fábulas que daban cuenta del horror de la ocupación alemana de Francia). El sentimiento del absurdo supone la reacción humana a lo que excediendo lo humano se le opone, una sensación de alienación experimentada por quien ya no puede reconocer su rostro en el espejo.

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